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24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Veinte

- ¡Damián, Damián, Damián! – grité desde el segundo piso de la casa –. Tenemos que ir a Calipso. ¡Hicieron una montaña de nieve para jugar! – volví a intervenir con emoción.
- ¡Cálmate! – me gritó desde el piso de abajo –. ¡Iremos en cuanto termine de lavar los platos!

Bajé las escaleras a una velocidad inhumana, con los labios recorriéndome todo el rostro. Me dirigí a la cocina y justo antes de entrar intervine.

- ¡Vamos rápido! Calipso no está nada lejos, y ya solo te faltan tres platos. Es más, cuando lleguemos yo lavo los platos – sonreí.
- Está bien – me miró con aceptación.
- Espera un momento, vaquero. ¿Qué le pasó a tu cabello?
- Lo mismo que al tuyo, ¿qué acaso no lo recuerdas?
- ¡¿Qué?!

Tomé las puntas de mi cabello con mis manos y descubrí que estaban de color castaño, como el color que originalmente tenía. Cuando me vi al espejo me di cuenta de que todo mi cabello era ahora del color que antes era, de que había regresado a la normalidad.

El cabello de Damián no era castaño, era negro. Más claro que el vacío, pero más oscuro que sus ojos. Es más, al lado de su ahora tono de cabello, sus ojos se veían grises en algunos ángulos, y no siempre, como a lo que estaba acostumbrada.

- ¿Por qué…? – fue lo único que me atreví a preguntar.
- Apostamos en la fiesta de anoche, ¿en serio no lo recuerdas? – moví mi cabeza en negación –. Si los muchachos con los que apostábamos se quedaban dormidos primero, ellos tinturarían su cabello de verde. Si nosotros nos quedábamos dormidos, tinturaríamos nuestro cabello de colores ordinarios.
- ¿Ambos nos quedamos dormidos?
- Eh, no, no. Creo que olvidé decir “si alguno del equipo se quedaba dormido”, eso quiere decir que si tú te dormías, ambos perdíamos.
- Rayos… - me quedé en silencio y recordé cuál era mi propósito estando allí –. ¡Casi me haces olvidar! ¡A Calipso!

Lo tomé de la muñeca y lo arrastré hasta la puerta a toda velocidad, a él y a su delantal de hacer las labores del hogar.

- ¿Al menos te bañaste?
- ¡Eso qué importa! – reí fuertemente y salí de la casa corriendo hasta el centro comercial.

Ya a punto de llegar volteé a ver a Damián. Su rostro estaba perfectamente situado delante del sol, y él observaba un árbol a su lado izquierdo. Vestía un gabán negro, unos pantalones negros, unos zapatos negros, ahora tenía el cabello negro, la única prenda de color era su bufanda a cuadros vino tinto, y aun así brillaba más de lo que nunca había hecho.

Sin embargo, estaba así de iluminado no solo por el sol, sino por aquella sonrisa tímida que le regalaba a aquel gran árbol, poco frondoso pero no raquítico. Estando así, estático, un gorrión se posó sobre su hombro, él volteó su cabeza lentamente y le invitó a pararse en su dedo índice. El gorrión lo hizo, y luego de que Damián moviera su brazo hacia el frente, el pequeño pájaro se elevó.

- ¡Hey! ¡Deja de posar para paparazis imaginarios y ven! – le grité a lo lejos.
- ¡Voy! – se carcajeó y corrió hacia donde yo estaba.

Llegamos agitados a la montaña de nieve que había junto al centro comercial. Ambos veíamos aquello como un espectáculo de una sola vez en la vida. Niños corriendo de arriba abajo, amigos tomando chocolate en las cafeterías, patines rodando sin sus pilotos, campanas inundando el aire, el olor a comida casera en un lugar que no era casa. Solo hacía falta una cosa.

Al parecer Damián y yo nos leímos la mente, pues nos sentamos en el helado suelo y retiramos nuestros zapatos y medias de nuestros pies. Con el solo contacto del aire ya se habían puesto rojos. Mis pies eran considerablemente más pequeños que los de él, también.

Hicimos una carrera hasta la cima de la montaña, y luego bajamos corriendo, de nuevo en una competencia por saber quién llegaría primero. Siempre he sido muy lenta y torpe, pero esta vez me favoreció. Me resbalé de modo tal que rodé y terminé usando mis pies como esquíes, en serio no se levantaban del suelo por más que lo intentara, pero eso me ayudó a llegar de primera.

A raíz de mi hermosa y sublime caída Damián me compró un chocolate, era el premio al ganador, y nos sentamos, sin zapatos, en la cima de la montaña. No sabía qué paisaje era el que estaba viendo, ¿un paisaje invernal? ¿Una ciudad consumida en un frío tropical? ¿El verano en Argelia? La estación era confusa.

- La navidad ya no es lo mismo – dijo Damián.
- ¿Estás tratando de mencionar frases clichés que dicen los de nuestra generación? Porque también podríamos hacer un concurso de quién dice más.
- No – respondió –. Es simplemente así, la navidad ya no es lo mismo. Antes recibíamos regalos, y nos emocionábamos por pendejadas. Corríamos a abrir los regalos y nos develábamos esperando ver a Papá Noel.
- Pero, ¿ya no?
- Exacto, ya no. Es como cualquier mes del año, solo que más soleado de lo normal. En cierta medida, yo detesto esta época. Me hace reflexionar de más.
- ¿Cómo? – pregunté.
- “¿Por qué mamá no me ama?”, “¿Alguna vez alguien me amó?”, “¿Cuál fue el error que cometió mi familia para ser abandonada?” – tomó un sorbo de chocolate – “¿Seré alguna vez suficiente para alguien?”, “¿Volverá a saber el pavo igual que hace doce años?”, “¿Las canciones que escucho ahora serán las que odie en cuatro años?” – volvió a tomar un sorbo de chocolate – “¿A dónde fue Papá Noel?”, “¿A dónde fue papá?”.
- Tu hermana te ama – le respondí.
- Lo sé pero, a veces eso no basta para luchar contra tus demonios.
- ¿Qué quieres decir? – tomé un sorbo de chocolate.
- Mi hermana podrá amarme, mi padre pudo amarme y mi madre también. Mi familia pudo amarme, y mis amigos de primaria, y el señor que vende perros calientes al frente de la escuela, pero yo nunca me he sentido amado. Es terrible saber que te aman, aun así no sentirte amado.
- Eso sucede porque quienes te aman no saben amar del modo correcto. Te sientes vacío porque es un amor incompleto, no porque no te aman con todas sus fuerzas, sino porque el amor que ellos han vivido ha tergiversado sus ideas del mismo, y por ende creen que amar así está bien.
- Ponlo en contexto, no entendí muy bien. – dijo y después tomó un sorbo de chocolate.
- Si alguien ve que uno de sus padres da todo en la relación y el otro da nada, crecerá creyendo que el amor es así. Uno da todo y el otro da nada, pero no es así. En el amor ambas partes tienen que dar algo. Por eso las personas sufren y se atan, creen que si lo dan todo, la otra persona eventualmente les corresponderá, y así no funciona el amor.
- Es cierto… Así no funciona.
- La suciedad…
- Sociedad – me corrigió Damián.
- Suciedad – dije enfáticamente –, nos hace creer que el amor es sufrir por el otro y darlo todo sin recibir nada. Yo creo que es diferente. Lo damos todo y el otro lo da todo al igual, pero no debemos esperar nada, porque llenarnos de ilusiones nos mataría. Y si el otro no da nada, lo dejas ir, porque es así de simple: Si no te da todo lo que tiene para dar, es porque no quiere hacerlo.

Damián se quedó en silencio un momento, observó su ya casi vacío vaso y preguntó con voz débil.

- ¿Cómo diferenciar de un amor verdadero incompleto de un amor falso que no da nada?
- Cuando el amor incompleto te haga sentir vacío se podrá completar, y por más piezas que le falten te hará feliz. El amor falso siempre te hará sentir que todo lo que haces no es suficiente, y te mantendrá deprimido y miserable.


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