Seguidores

24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Diecinueve

- Para mí un té verde, por favor – dijo ella mientras abría la bolsa con galletas.

Aún no habían comenzado las horas de trabajo en la tienda, y como siempre Sergio se encargó de darnos un pequeño refrigerio.

- ¿Alguno de ustedes sabe cómo quitar una mancha de café de la ropa? – preguntó él a la vez que levantaba la parte inferior de su camiseta blanca.
- ¿Cuándo fue? – preguntó ella.
- Hoy en la mañana.
- Será difícil de quitar… Si te manchas de café lo mejor es tratar la mancha al instante… Lo único que puedo aconsejarte es que no laves la camisa con agua caliente.
- ¿Por qué? – intervine yo en su conversación.
- Hará que se fije más.

Tomó un poco del té con el sorbete rojo, y nos miró a ambos con ojos juguetones. Después del incidente de hacía ya unos meses fue la primera vez que en serio quise comer porque tenía hambre, no por un simple acto de inercia.

Últimamente he estado mejor. Los pensamientos suicidas ya no circulan tan seguido por mi mente, y el hecho de ser un adolescente abandonado por su madre sigue doliendo, solo que lo he aceptado y he aprendido a vivir sin ella. He tirado las pastillas por el inodoro hace unas cuantas semanas y…

Andy me ha dicho que estoy más feliz, mejor. “¿Cómo lo sabes?”, le he preguntado. “Durante los últimos días me has vuelto a hacer peinados bonitos, como los que me hacías cuando papá estaba en casa”, me respondió con una sonrisa de oreja a oreja. Es cierto. Durante el tiempo que estuve recuperándome y asimilando todo no toqué un peine para cepillar su cabello, ni una diadema para controlar sus locos mechones marrones.

“¿Sabes cómo más lo sé, Dy?”, me preguntó emocionada. “No… No lo sé… Dime, ¿cómo?”, le pregunté. “Es un secreto, pero te lo confiaré porque te quiero. Acércate”, me acerqué, “A-Ayer… Jugaste conmigo”, me dijo sollozando y limpiando sus lágrimas con sus pequeñas manos.

“Hace mucho no jugabas conmigo, Dy”. La abracé y acaricié su cabello, recién arreglado en una trenza. Las lágrimas también comenzaron a recorrer mis mejillas, porque me di cuenta que, por fin, estaba sintiendo algo diferente a la tristeza, otra vez. Tuve miedo de volver a sentir, pero al mismo tiempo estaba tan entusiasmado, y me sentí culpable por no demostrarle cariño a mi hermana, aunque nunca hubiese dejado de quererla.

Ahora ella parece más madura. Eso me aterra. Es increíble es poder que tiene la muerte para hacernos cambiar. Y yo no quiero que Andy cambie, no aún. Quiero que ella juegue con sus muñecas, se ensucie con barro y agarre insectos con sus dedos. No puedo hacer nada para remediar la realidad que nuestros padres nos han impuesto, pero ojalá pudiera hacerlo y que ella nunca tuviera que preguntarse si fue verdaderamente apreciada.

Quiero querer a Andy de modo tal que ella pueda aprender a amarse y sepa escoger a alguien que la ame tanto como ella se ama, porque eso es lo único que nosotros buscamos en nuestra pareja. ¿“Aceptamos el amor que creemos merecer”? No lo creo tanto así, es más “Queremos ser amados como nos amamos a nosotros mismos”.

- Esa mancha de café no es de hoy.

Esa frase me sacó de mis pensamientos. Ni siquiera me había dado cuenta que Sergio se había puesto de pie y había caminado hasta la entrada para limpiar la puerta.

- ¿Por qué lo dices? – pregunté.
- Esa camiseta… La ha usado como mínimo unas 60 veces durante los meses que llevamos trabajando aquí.
- Bueno, esta que tengo puesta la he usado unas 20.
- No seas bobo… Me refiero a que la mancha de café siempre ha estado allí.
- ¿Me estás insinuando que Sergio no lava su ropa? – dije con asco.
- Esa es una posibilidad – subió sus hombros –. O simplemente no sabe lavar.
- ¿Y si no se baña y por eso siempre huele tanto a colonia?
- No creo… Su barba se ve cuidada, y su cabello igual.
- Tienes razón… Supongo que son solo cuestiones de lavado de ropa.

Escuchamos un estruendo al lado izquierdo de la bodega, dentro de la oficina, así que fuimos rápidamente a ver qué había sucedido. Sergio se había caído de las escaleras y junto con él dos cajas de cartón. Al parecer ambas tenían dentro fotografías antiguas, y digo al parecer porque la mayoría de ellas habían terminado en el suelo.

Pude ver imágenes de Sergio fumando, había unas cuantas de paisajes nocturnos, en una inclusive pude divisar la Torre Eiffel, dos o tres le mostraban tocando la batería en un garaje y una era de una mujer joven, solo que tenía fecha de 1928. Sin embargo, una de ellas capturó especialmente mi atención.

Tomé esa fotografía, aquella polaroid envejecida por el tiempo, y con una muchacha que abrazaba a Sergio por la espalda. Parecía tener un filtro de aplicación para celular, puesto que la imagen se veía nublada y amarillenta, con unas pequeñas tonalidades violetas.

- Se parecen, ¿no lo crees? – coloqué la fotografía de modo tal que se vieran el rostro de la muchacha y de ella en el mismo plano.

Sergio observó, sonrió de una manera nefastamente nostálgica, y volvió a ver la mancha de café en su camiseta.

- Tal vez debería lavar esta camiseta con agua caliente – susurró para sí mismo, aunque yo le escuché.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario