Seguidores

24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Veintiuno

- Ochenta y seis, ochenta y siete, ochenta y ocho…
- ¡¿Qué haces?! – gritó Damián con emoción.
- Cuento maníes – dije balbuceando, ya que la mano que sostenía mi mandíbula evitaba que se moviera libremente.
- Wow… ¿En serio? – hizo una cara de asco – ¿Cuántos vas?
- Ah… Esto… Ugh, perdí la cuenta.

Golpeé la mesa con mi frente y puse mis manos a los lados de mi cabeza. Estaba aburrida, pero no quería salir de casa. Tenía calor, pero no quería salir de casa. Quería tener luz, pero no encendía las luces.

- Hey, hey. ¿Qué sucede? – preguntó.
- Efdmoy abmfudifma.
- ¿Qué?

Esperé unos segundos después de que Damián preguntara por lo que había dicho. Levanté mi rostro de la mesa rápidamente y golpeé la mesa con violencia, tanta que los maníes saltaron.

- Estoy aburrida – me quejé.
- Está bien, Señora Cara de Maní – se acercó y fue quitándome uno a uno los maníes pegados a mi rostro –. ¿Qué quieres hacer?
- Juguemos a las escondidas, comienzas tú.
- Muy bien.
- Uno – tapé mis ojos, de nuevo, contra la mesa –, dos, tres, cuatro, cinco – escuché los pies de Damián subir las escaleras –, seis, siete, ocho, nueve, diez.

Una vez acabé de contar no dije nada, y me dirigí a la cocina, con las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Salieron de ellos al llegar al refrigerador, tomaron la manija para abrir las compuertas, luego mientras una sostenía la manija, la otra sacó tres huevos. Cerré el refrigerador, caminé hasta la superficie lisa al lado de la estufe y procedí a abrir la gaveta superior.

Saqué un tazón mediano que utilicé para romper los huevos y echarlos dentro del mismo. Abrí la gaveta inferior y tomé una bolsa de leche, derramé un poco de ella dentro del objeto semi-esférico y comencé a batir. De manera pausada vertí harina dentro, de esa que mamá había dejado al lado de la ventana. Después derramé más leche en la mezcla.

Revolví, y revolví, y revolví. Mi brazo se estaba cansando, el calor me hacía sudar y debido a ello mi frente estaba húmeda y el tazón se resbalaba de mí. Cada vez menos firmeza, cada vez una mezcla más homogénea. Ahora solo debía poner sal y azúcar. Ya no hubo más grumos, por eso coloqué la mezcla en la sartén con mantequilla.

El olor inundaba la casa, así que una vez estuvieron listos los serví al instante en un plato con flores que decoraban sus extremos. Lo dejé en el comedor justo a tiempo, salí velozmente por la puerta trasera, corrí hacia la parte de atrás de la ventana de la cocina y pude ver a través de ella cómo bajaba Damián las escaleras.

Él cerró los ojos, inhaló aire dos veces de manera corta, casi como lo que dura un chasquido. Inhaló una tercera vez más profundo, más largo y más intensamente la fragancia que cubría la casa. Abrió los ojos, y pude leer en ellos la realización de que ese olor definitivamente eran panqueques. Sonrió.

Corrí hacia la esquina más oscura del patio. Sentada, en posición fetal, comencé a llorar, esperando por lo mejor, que en este caso era que Damián comiera los panqueques y no me buscara.

- Señora Cara de Maní, la escucho sollozar – dijo él a lo lejos –. Por más que intente, usted, de llorar en voz baja, no puedo evitar oírla. Soy incapaz de ignorar su existencia – caminaba cada vez más cerca de donde me encontraba –, soy incapaz de ignorar la verdad cuando se trata de usted, Señora Cara de Maní.

Caminó descalzo por el césped, hasta llegar a donde yo estaba.

- Además, Señora Cara de Maní, aún emana usted el delicioso olor a panqueques.

Abrió el arbusto que cubría mi cuerpo y me observó, tímida y calladamente, como me hubiera observado hace casi un año. Pero a diferencia de su antiguo ser, él entró a mi escondite.

- La he encontrado, Señora Cara de Maní, qué mal escondite ha seleccionado usted para jugar conmigo.

Se sentó a mi lado.

- ¿Qué es lo que verdaderamente sucede…? Si no quieres decirme, está bien, te acompañaré para que estés amparada.
- Yo… – sorbí mis mocos – Yo quiero que todo flote y vaya al cielo, no que se derrumbe y se hunda. O al menos que permanezca donde siempre ha estado.

Damián pasó su brazo por sobre mi hombro y me acercó a su cuerpo, de modo que me diera un abrazo de lado.

- No quiero que mi mundo se derrumbe así. Veo cómo todo lo que he construido se destruye, se torna gris. Veo cómo los edificios de mi mundo colapsan, cómo los postes se caen y hacen cortos circuitos en el suelo. Mi mundo se está deshaciendo, ya solo quedan ruinas, no puedo hacer ya nada.
- ¿Estás segura?
- ¿Podrías de las ruinas construir algo nuevo? No. Son piezas usadas, rotas. Volverlas a emplear implicaría un riesgo para todo aquel que viva donde ellas fueron colocadas. En cualquier momento colapsarían, porque son ruinas.
- Entonces, ¿está tu mundo arruinado? – sonrió pícaramente y me miró con ojos que intentaban dar su mejor chiste, yo sabía que para esos ojos era difícil hacer bromas.
- Damián – reí un poco, y apoyé mi cabeza sobre su hombro.

Siempre me dije a mí misma que podía yo sola y quería estar sola, pero en secreto, siempre quise que alguien estuviera ahí porque no podía soportar la soledad.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario