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24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Veintidós

-  ¿Has sido feliz junto a mí? – pregunté.
- Cada segundo que he tenido la oportunidad de vivir contigo – respondió él.
- Eso es bueno.
- ¿Has sido tú feliz junto a mí?

El timbre sonó. Ambos lo ignoramos.

- Compárame con algo – dije.
- Bueno, si ves aquel árbol y lo comparas contigo, son muy diferentes. Empezando por la fotosíntesis – elevó sus hombros.
- No de esa manera. Compárame con algo que pienses que soy o te recuerde a mí.
- Un puente.
- ¿Un puente?
- Sí.
- ¿Por qué? – pregunté de nuevo.
- Porque si llueve me cubres de la lluvia, y si todo comienza a inundarse aún puedo estar alejado, en las alturas, de la posibilidad de ahogarme.
- ¿Lo leíste en alguna parte?
- Me aprendí aquella cita de memoria. “¿Sabes a qué me refiero cuando estás manejando y está lloviendo, pasas por debajo de un puente y todo se detiene? Todo queda en silencio y es prácticamente pacífico. Finalmente sales del resguardo del puente, y todo te golpea un poco más fuerte que antes. Tú eras mi puente”.

El timbre volvió a sonar. Esta vez Damián se dirigió a la puerta. La abrió sin ver quién era.

- Tú dijiste que siempre me ibas a amar, ámame ahora, Damián – dijo aquella muchacha.

Se abalanzó hacia él y le dio un beso en los labios. Me sentí un poco incómoda, así que desvié la mirada de ellos dos hacia la ventana. Había tres chicos, pero no les presté importancia.

- Ámame ahora que nadie me ama.
- Pero… Vanessa… ¿Qué estás diciendo?
- Sentiste mariposas en el estómago, yo lo sé, lo sé porque me amas aún.
- Cualquiera sentiría mariposas así besara a alguien que no ama de una manera tan inminente.

Vanessa me vio desde la puerta.

- ¿Quién es esa? – le preguntó.
- Me llamo… – dije desde donde me encontraba.
- No me importa – me interrumpió –. ¿Por qué estás con una mujer que no soy yo? ¡Me dijiste que yo era tu universo! ¿Por qué habrías de necesitar a alguien más en tu vida que no sea yo?
- Vanessa, cálmate – intervino Damián.
- ¡No! Te dije que no volvieras a ver ni a estar con ninguna mujer, y dijiste que estaba bien, que no lo harías, pero mírate ahora con ella.

Bajé la mirada, evitaba verla a los ojos.

- ¿Pero tú si podías estar con otros hombres? – preguntó él.
- Así es el amor no correspondido.
- Tal vez tengas razón…
- La tengo, ahora ven a mí. Estoy dispuesta a recibir todo lo que quieras darme.
- Eres una estúpida – interrumpí su conversación.
- ¿Qué dijiste, perra?
- Que eres una estúpida. Estás atando a alguien, obligándole a amarte, aun cuando tú no lo amas, aun cuando él no te importa, aun cuando solo le tratas como un objeto que llena el vacío del amor que no recibiste cuando eras tan solo una niña.
- No le digas eso a Vanessa…
- ¿Por qué? – pregunté –. ¿Acaso quieres que siga pisoteándote? ¿Quieres que siga teniéndote como una segunda opción para cuando ya no se sienta amada? ¡¿Acaso ella vino a buscarte durante los últimos meses para preguntarte cómo estabas?! ¡¿Acaso ella te pidió perdón por herirte?! ¿Acaso ella en algún momento se preocupó por ti…? ¿Acaso ella te hizo alguna vez feliz…?

Era la primera vez que le mostraba a Damián mis lágrimas de tristeza y rabia húmeda.

- Ella me hizo feliz… Yo quiero a Vanessa…

Golpeé la pared lo más fuerte que pude.

- ¿Te das cuenta, Damián, que me estás obligando a ver cómo todo lo que he arreglado se va al caño? ¡Me estás obligando a ver cómo todo lo que he construido es destruido!
- Ya lo oíste pendeja, él me quiere – dijo ella vanidosamente.

Vanessa comenzó a acercarse exponencialmente hacia mí, no me moví de donde estaba, y solo esperé a que ella viniera.

- Damián es mío y de nadie más – golpeó mi cara –.

Solté un gemido de dolor, caí al suelo de lo fuerte que fue el bofetón y rápidamente coloqué mi mano en mi rostro como un reflejo natural.

- Yo soy la única que te quiere, Damián. Nadie más lo hace. Y tú tienes que amarme, porque eso es lo único para lo que eres bueno.

Arrodillada en el suelo, vi como los ojos de Damián cambiaron de los ojos de su antiguo yo al muchacho que era ahora.

- Eso no es cierto… Muchas personas me quieren. – dijo con firmeza.
- Ah, ¿sí? ¿Quiénes? – preguntó Vanessa desafiante.
- Ella – me señaló –, su madre, mi hermana, Ariel, Miranda, mi padre y Sergio. Así que, por favor, retírate. Me he dado cuenta de mi valor como persona al estar rodeado por ellos, y ahora caigo en cuenta de que esta es una relación abusiva, tú nunca me quisiste y nunca lo harás.

Parecía que Vanessa iba a explotar de la rabia, de saber que él ya no estaba dispuesto a aguantar su actitud y que había cambiado lo suficiente como para darse cuenta de su importancia en el mundo.

- Lo diré una sola vez. Eres solo mío, y si no estás conmigo, no estás con nadie más.
- Una vez somos queridos nos volvemos adictos a ese sentimiento – susurré –. Así pasen mil años él no volverá a ti…

Como niña consentida a la que no se le da el juguete que quiere ella se fue de casa, no sin antes romper un jarrón como manera de mostrar su disgusto. Pero me alegra que lo que se rompió fuera aquel jarrón, y no mi pierna por un golpe o el corazón de Damián.

- Lamento que hayas tenido que ver eso… - dijo Damián mientras barría los pedazos rotos.
- Te perdono – respondí.
- Qué extraño… No dijiste que estaba bien…
- Porque no lo está, Damián. Permitir que te traten así, no defenderte a ti mismo, no está bien.

Hubo un silencio incómodo, pero se rompió al irse la luz.

- ¡No veo nada! – grité.
- ¡AAAAAAAA! – ambos escuchamos a Andy gritar desde el segundo piso.
- ¿Estás bien, Andy? – preguntó Damián.
- ¿Dónde está…? ¿Dónde está…? – musité mientras fisgoneaba entre los cajones de la cocina.
- ¿Qué buscas?
- La linterna… ¡Aquí está!
- Dy, ven rápido – Andy tenía la voz quebrada, sabíamos que pronto iba a llorar.
- ¡Ya vamos!

Subimos corriendo las escaleras, y cuando entramos a la habitación de Andy la vimos sosteniendo su pingüino de peluche, la imagen más tierna e inocente que podríamos ver, pero tenía miedo impreso en sus ojos, y al menos yo, no quería seguir viéndola de ese modo. Coloqué la linterna en el suelo e iluminé la pared.

- Auuuuu – imité el sonido de un lobo.
- ¡Mira Andy, hay un lobo en la pared! – dijo Damián emocionado.

Estaba haciendo figuras con mis manos, primero un lobo, luego una paloma. Andy se relajó, y se acercó a donde yo estaba.

- ¿Puedes adivinar qué es esto? – pregunté.
- ¿Un conejo?
- ¡Sí! ¡Muy bien!

Seguimos jugando por un buen rato, ya que seguíamos inundados en la oscuridad, hasta que a Andy le dio sueño. Entonces la acostamos en su cama, y con Damián colocamos música y continuamos haciendo sombras, más específicamente una obra en la que los protagonistas eran un lobo y un conejo.

- Hola – dijo el conejo.
- Hola – dijo el lobo.
- Tienes patas muy largas.
- Tú tienes ojos muy grandes.
- ¿Puedes bailar con tus piernas? – preguntó el conejo.
- ¿Puedes ver con tus ojos?
- ¿Qué clase de pregunta es esa?
- Esa debería ser mi línea. Claro que puedo bailar con mis piernas. – intervino el lobo algo molesto, pero antes de que pudiera seguir quejándose, sonó tenuemente una canción.
- ¿Me permitirías está pieza? – dijo el lobo, pero se deshizo para convertirse en una mano que se extendía hacia mi cuerpo.
- Está bien – dijo el conejo, pero la mano que tomó la de Damián fue la mía.

Bailar nunca ha sido lo mío. Pisé más de una vez sus pies, tomé su camisa demasiado fuerte, golpeé sus piernas con mis rodillas. Todo fue un desastre hasta que nos detuvimos

- Ah, casi se me olvidaba. Sí, he sido feliz. Inclusive en este instante, Damián.
- Somos tan felices como estamos ahora… - dijo, luego colocó su frente contra la mía y me vio a los ojos, estando separados por escasos centímetros.
- No quiero que nada cambie… – susurramos al mismo tiempo, luego reímos tímidamente.


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