Volteé a ver a Sergio, con la escoba entre mis dedos, y con curiosidad.
- Sí, por supuesto. ¿Cómo olvidarla?
- Ella es mi hermana.
Quise hacer más preguntas, salir de mis dudas humanas, sin embargo su espalda no me lo permitió. En todo el día no volvió a verme a la cara, bueno, a decir verdad a ninguno de sus empleados.
Cuando ya era tiempo de que nos fuéramos Sergio me detuvo, y me pidió que limpiara y organizara la bodega. Me pagaría el tiempo extra que gastara. Acepté, me quedé solo en la tienda, entré a la bodega, pero me encontré con un papel mal doblado sobre el escritorio de él. “Para Damián”, decía en la parte superior. La totalidad del texto estaba escrito a mano, en tinta granate.
“23 de Diciembre”
“Pequeña niña en la fotografía. Hoy es ya un año desde que no veo tu rostro. ¿Por qué no gustabas de las fotografías? Si lo hubieras hecho no me aferraría de manera insana a esta, la única que me has dejado de tus últimos años.”
Creo que es algo de familia, ¿sabes? Ni a nuestra bisabuela, ni a nuestra abuela, ni a nuestra madre les gustaron nunca las fotografías. Pienso en ello más como una herencia abstracta que hace de nosotros la familia que somos… Además, a ti tampoco te gustaban las fotografías, y a diferencia tuya, yo no tengo ninguna a la cual aferrarme.
“Ese día… ¿A dónde ibas?”
Nunca me prestaste atención… Durante una semana te dije que iría a la fiesta de graduación de Sara.
Ese día… Fue la fiesta de Diego… Ese desgraciado, de haber sabido que era cómplice de Roberto ni siquiera hubiera dejado ir a Vanessa a la fiesta. Recuerdo muy bien que la estaban golpeando, y lo único que ella me dijo fue “¡Lárgate! Estoy cansada de que me trates como a una niña. Te odio por ser como eres, Damián”. Yo solo me subí al auto, lleno de rabia, y pisé el acelerador. ¿Por qué no querría Vanessa que la protegiera, sino que prefirió ser maltratada?
“Me llamaste. Contesté. Me pediste que fuera a recogerte a la dirección que muy diligentemente ya habías enviado a mi celular como un mensaje. ‘Me sentía muy incómoda, Gio, todos estaban borrachos y…’”
Un grupo de chicos me estaba viendo de un modo que me asustaba. No me dejaste acabar la frase… Te limitaste a decirme que estabas a punto de entrar a tu reunión, que los borrachos en la adolescencia eran pan de cada día, y que debía empezar a hacerles frente, porque debía defenderme por mi propia cuenta.
“Me llamaste más veces, pero ninguna contesté. Inclusive apagué mi celular. La reunión que tenía ese día en el trabajo no valía ni la mitad de lo que tú vales. Aún recuerdo el sonido de tu voz esa noche”
Estando afuera, mientras esperaba un taxi en ese frío invierno, uno de aquellos muchachos salió del salón. Uno más salió después de él. Comencé a caminar rápido, alejándome de ellos… Se me habían adelantado… No conocía el olor a cloroformo, el tercero de ellos me lo enseñó, con su pañuelo blanco…
Tenía tanta rabia acumulada. Cuando menos lo pensé ya había pasado de ciento sesenta kilómetros por hora a doscientos ochenta y tres. La vía estaba descongestionada. A las dos de la madrugada era lo menos que podría esperar. Seguí avanzando por aquella autopista que conectaba mi ciudad natal con la cuidad de mis sueños.
Desperté en el asiento del frente de un automóvil. Mi cabeza daba vueltas, los párpados estaban pesados, más de lo que siempre lo fueron. ‘¿Dónde estoy?’, pregunté. ‘En mi auto’, respondió. ‘¿A dónde vamos?’, pregunté. ‘A un lugar donde te haré sentir mujer’, respondió. Llevó su mano derecha a mi entrepierna, yo le clavé mis uñas. Él gritó de dolor, ‘Ya verás, perra, ya verás’, me dijo.
Subí el volumen de la música, abrí todas las ventanas de mi auto y pisé de nuevo el acelerador
Colocó su mano en la parte de atrás de mi cabeza, solo éramos él y yo en el auto, y la llevó hacia su pantalón. Respiraba por la nariz, el hedor que emanaba era asqueroso, sentí la necesidad de vomitar, así que mordí su carne con mis dientes. Rápidamente él retiró mi cabeza de donde estaba, y aún con sangre en mi boca, sosteniendo la cadena que alguna vez me había dado mi hermano, dije: Prefiero morir antes que vivir esto.
‘Prefiero morir antes que vivir esto…’ Sí, eso fue lo que dije. Sentí una punzada en el corazón.
Sentí una punzada en el corazón, luego él me golpeó el rostro.
No me había dado cuenta de aquel automóvil que venía en el carril contrario al mío, tal vez porque las lágrimas no me permitían ver.
Perdió el control del auto por golpearme. El volante se movió de forma abrupta, haciendo que nos moviéramos hacia el carril contrario.
Ariel y Miranda gritaron ‘Cuidado’ al mismo tiempo. ¿Por qué estaban allí? Su intervención inesperada me asustó. Y me di cuenta de que frenar en seco a trescientos veinte kilómetros por hora no es una buena idea.
Después de tantos años, Dios por fin había escuchado uno de mis pedidos.
El hielo en la carretera me hizo perder el control. Lo último que vi fueron los ojos de aquella chica en frente mío, los brazos de Ariel que cubrían a Miranda en el asiento de atrás y la hora, 2:42 a.m.
Los frenos intentando detener el inminente accidente que iba a acontecer… El estruendo de los autos colisionando y colapsando por culpa de la gravedad… Los gritos de los adolescentes en los autos… Cerré los ojos. Cuando los volví a abrir miré hacia mi derecha. Aquel que había estado a mi lado hace unos segundos ya estaba a unos metros del auto… Caminando… Ileso…
Ese muchacho sí que había tenido suerte. Pero, ¿por qué se iba y dejaba a aquella chica sola? Estaba hecha un desastre. Su auto se había volteado, haciendo que quedara recostado sobre su costado derecho. El abdomen de la chica estaba atrapado entre el suelo helado y el techo del auto. Era más que obvio que su columna se había fracturado, y cada vez que tosía salía sangre por su boca.
No sentía las piernas. Aquel muchacho en el auto de enfrente me observaba. Su auto había caído hacia el lado izquierdo del mismo, y el cuerpo de él parecía haber volado a través del panorámico. El vidrio estaba completamente roto, él estaba lleno de cortes y parecía tener esquirlas introducidas en su piel. El capo tenía sangre por donde el cuerpo se había, al parecer, deslizado. El cuerpo entero del chico estaba sobre el suelo helado. Mi celular estaba cerca, así que decidí llamar a mi hermano.
“No escuché aquel mensaje de voz que dejaste a las 2:45 am sino hasta después de 2 días. Tu voz era opaca y se perdía por momentos. ‘Gio… ¿Dónde estás? No sé dónde estoy… No siento las piernas y hay un charco de sangre rodeándome’. Tosiste, luego reíste con miedo. ‘Escupí sangre’, volviste a reír de manera ansiosa. ‘¿Por qué no me contestas? ¿Por qué siempre debía contestar tus llamadas y ahora que yo estoy muriendo tu no contestas las mías? Gio… Me duele-‘. Tosiste de nuevo y se cortó el mensaje”.
Su mano, aun sosteniendo el celular, cayó lentamente al charco de sangre en la nieve. Me observaba, yo la veía, pero comencé a perder la consciencia. La veía ahora, pero borrosa. ‘Me desmayo’, fue lo único que pude musitar.
Comenzó a nevar. Los copos cubrían mi cuerpo y se tinturaban de rojo. Sin embargo, había nieve que se posaba en su cabello negro. Sus labios estaban entreabiertos, por la frase que antes había articulado, pero no pude escuchar. Cada vez más nieve caía sobre su cabeza, cada vez su cabello se hacía más blanco. Hasta que llegó aquel punto límite, aquel en el que ya parecía que su cabello era completamente blanco, y ni una pizca de negro se asomaba.
“ ’¿No te parece la imagen más perfecta que hayas visto?’, me preguntaste en aquel mensaje, aquel que tenía la fotografía de un joven desconocido con el cabello completamente cubierto de nieve y con aquel anillo negro en su dedo índice.”
¿Qué…? ¿Cabello cubierto de nieve…? ¿Anillo…?
“Aun guardo esa fotografía, impresa, en aquel libro que me regalaste cuando me gradué.”
¿Qué libro es? ¿Cuál es? Dejé la carta en la mesa y boté todos los libros de la biblioteca al suelo. Encontré, entonces, aquel álbum de fotografías que decía ‘Promoción 1989’, supuse que el libro que mencionaba era el que estaba su lado, y fue ahí cuando se reveló ante mí mi propia fotografía. Yo, con el cabello cubierto de nieve y mi anillo, ese que había sido de mi padre…
“¿Cómo podía ser lo más perfecto si él te mató?”
¿Yo la… maté…? Un momento… ¿A quién maté? Si yo la maté, ¿estoy, también, yo muerto? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿12 meses? Los relojes aquí nunca se mueven. ¿Cómo pude ser tan ciego? Siempre han sido las 2:42 en todos los relojes… Ese rostro que claramente vi el día del accidente… Esos ojos cafés… Aquel frágil y delicado rostro… Es inconfundible una vez lo has visto.
Salí deprisa del establecimiento y el cielo empezó a quebrarse, los pedazos de cielo eran tragados por el vacío oscuro que dejaban las grietas del cielo roto. Todo flotaba hacia el firmamento, los tejados, los ladrillos, los semáforos, y finalmente yo. El vacío del cielo quebrado me absorbía al igual que a todo lo demás. El mundo se estaba acabando y lo único que yo podía hacer era pedirle a un Dios que no conocía y en el que llegué a no creer que perdonara mis pecados, porque tenía miedo de vivir eternamente el dolor de las quemaduras del hielo.
Ahora el cielo era mar, y las olas se movían como en una tempestad. Todo era un desastre, el agua estaba agitada, el mar que estaba arriba de mi cabeza me hacía dar vueltas antes de entrar al remolino que estaba haciendo para succionarme y llevarme hasta lo más alto del cielo o lo más profundo del mar. Era todo tan ambiguo que tenía más miedo del que cualquier persona debería tener cuando está falleciendo, porque no solo desconocía mi destino póstumo, también era ignorante sobre lo que me sucedía en ese instante.
Dios, por favor, si existes, permíteme conservar estos recuerdos.
Gracias, niño nevado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario