- ¿A dónde?
- Al mar... – repetí -. Lávate las orejas.
- Perdón doña perfecta – me respondió Damián mientras hacía gestos raros -. ¿Por qué?
- Quiero ver con mis propios ojos si es azul y degustar con mi propia lengua si es salado, y tengo miedo de nunca hacerlo. Tengo miedo de morir y no saberlo.
- ¿Qué? ¿Nunca has ido al mar?
- No.
- ¿Cuándo quieres ir?
- Para este segundo ya es tarde.
Eso fue suficiente como para que a la 1 de la mañana Damián se subiera a la camioneta y me invitara a subirme. Le dejamos un nota a mamá para que no se asustara, y así comenzó nuestra travesía hacia un lugar costero.
- Dios mío… - Damián me miró pasmado – Esa canción… Tengo que hacerlo.
- ¿Hacer qué?
Damián no me respondió, se limitó a bajar todas las ventanas de la camioneta, subir el volumen del estéreo y tomar con su mano derecha la palanca de la caja de cambios.
- Te prometo que esta vez no es para suicidarme.
Aceleró. Doscientos cincuenta kilómetros por hora en ocho segundos. Sentía que íbamos a volar, lo único que podía hacer era reír, obviamente después de haberme asustado por sus palabras.
Las luces de la carretera se difuminaban a lo lejos, el pasto al lado de la vía se movía demasiado rápido, la luna nos seguía y las nubes iban en una dirección contraria a la nuestra. No había nadie más en aquel lugar, nuestra camioneta era el único vehículo allí presente.
Mi cabello se estaba enredando bastante, así que deje de arreglar su posición y solo deje que fluyera como se le placiera. Puse mis brazos sobre la puerta y allí coloqué mi rostro, pude sentir la brisa acariciar mis pómulos mientras escuchaba las odas a la libertad que las llantas del auto cantaban.
No sé qué pensó Damián en ese momento, y sinceramente tampoco sé qué estaba pensando yo, pero eso no impidió que fuera uno de los momentos más importantes y especiales de mi existencia.
Éxtasis. Sí, eso fue lo que sentí.
- Llegamos, dormilona – me dijo Damián tocando levemente mi hombro.
Abrí los ojos y me encontré en un estacionamiento, algo que opacaba completamente el sentimiento previo, el cual, al parecer, había sido tan intenso que me había dejado sin energías y me había dormido en una posición poco óptima para el descanso del cuerpo.
Tenía las marcas de la puerta en los brazos, mi piel estaba completamente roja y hundida en las zonas donde había estado el metal negro, pero sentía como si hubiera dormido en la cama más cómoda de todos los tiempos.
Nos registramos en el hotel y nos asignaron una habitación con solo una cama, todas las demás estaban ocupadas. No nos importó. Subimos en el ascensor y entramos a la alcoba en cuestión.
- Me daré una ducha, ¿está bien? – me dijo Damián.
- Vale, no hay problema.
Encendí el televisor y comencé a buscar algún programa o película que valiera la pena. Cuando había oprimido al menos treinta veces la flecha de abajo llegó un mensaje a mi celular. Pensé que era mamá, pero no fue así.
Un número desconocido que conocía muy bien me había enviado este texto: Desearía que nunca hubieras nacido.
Justo en ese instante Damián salió de la ducha, yo estaba al borde de las lágrimas y coloqué sin ánimos el celular en la mesa de noche. Volteé a verlo, sonreí con tristeza, una lágrima se escurrió por mi rostro y corrí.
Salí de la habitación como un rayo, bajé por las escaleras, crucé la calle y caminé sobre la blanca arena de la playa. Mis manos se estaban cansando de limpiar las lágrimas de mi rostro, mi nariz estaba goteando y me impedía respirar, pero yo seguía corriendo hacia el lugar donde mis lágrimas parecerían solo océano.
Entre más me adentraba en el mar más pesadas se hacían mis prendas. Una vez estuve cubierta hasta los hombros sumergí mi cabeza y me di cuenta de que, efectivamente, el agua de mar era salada.
Abrí los ojos estando dentro del agua, no podía ver mucho hacia abajo. Apenas y podía distinguir la arena y algunas rocas, sin embargo, si observaba el cielo… Era como verlo de nuevo por primera vez. Borroso y difuso, se sentía más lejos de lo normal, como si la sal del mar nunca pudiera conocer la dulzura del cielo.
Volví a mi posición inicial, observando cómo, lentamente, la luna se iba acercando al horizonte.
- ¡Hey! – gritó Damián a lo lejos - ¿Por qué querías tanto conocer el mar?
- En el cielo… En el cielo todos hablan acerca del mar.
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