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24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Siete

- Muchachos, ¿nunca les ha pasado que sonríen porque alguien más sonríe?

Damián y yo nos miramos. Negamos al mismo tiempo.

- ¿Qué me dicen de sentir que su corazón explotará de tanta felicidad?

De nuevo ambos negamos con la cabeza.

- Vamos, chicos… ¿Qué hay de no poder dejar de observar a alguien?
- ¿Te refieres a cuando, por ejemplo, a la profesora Martínez se le ve el bigote? – pregunté yo.
- No, no, no, no. – Ariel golpeó levemente la grama -. Me refiero a cuando ves continuamente a alguien y no puedes evitarlo.

Por tercera vez Damián y yo negamos.

- Me rindo, son unos desenamorados.
- Creímos que eso había quedado claro hace tiempo – dijo Damián.
- Es cierto, Ariel. Ni él ni yo queremos sentir algo por alguien – encogí mis hombros haciendo un ademán de “qué se le va a hacer”.
- Pero al menos deberían hacerlo, en especial tú – me señaló -. ¿Sabes, Damián? Hace un tiempo la invité a una cita a ciegas…
- Ohhh, no. No lo harás.
- Y Miranda llevó con ella a un chico bastante guapo.
- Ariel…
- Un tipo de esos que tiene el abdomen marcado, cuerpo en triángulo invertido, ojos verdes, cabello rubio, dientes blancos…
- Oh, y no olvides la parte de una personalidad de mierda – sonreí sarcásticamente.
- ¡Él solo trataba de conquistarte!
- ¡Pues nadie ha de coquetear así!
- Perdón, me perdí – intervino Damián.
- Le preguntó: ¿Dónde habías estado toda mi vida? Y ella respondió: Escondiéndome de ti.
- ¡Era lo que debía hacer! Fondo de pantalla, una chica. Pantalla de bloqueo, otra chica.
- Podían ser sus hermanas.
- Abdapdap – le interrumpí -. Sin mencionar ese pequeñísimo detalle de que abrió una aplicación para la menstruación y tenía registros de unas cuatro o cinco mujeres. No quiero que un hombre cualquiera tenga acceso a esa información.

Damián rio muy fuerte, cerró los ojos mientras lo hacía. Carcajada tras carcajada. Respiración interrumpida tras respiración interrumpida. Golpe al suelo tras golpe al suelo. Y entonces vi una pequeña lágrima salir de su ojo izquierdo.

Era la primera vez en ocho meses que Damián reía. Nunca le habíamos escuchado reír. Ariel y yo nos preguntábamos, incluso, si cuando él riera por primera vez con nosotros un hada nacería. Escuchar su risa, para mí, fue como escuchar a mamá decir “La comida está servida”. Como que cancelen el plan cuando no quieres salir. Como darte cuenta de que tienes dinero en el bolsillo del pantalón que sobró de una anterior salida.

Fue hermoso.
Fue preocupante.

Sentí miedo, por un pequeño instante, de que alguien pudiese arrebatarme esa sonrisa por la que había luchado tanto. O de que alguien se llevara esa sonrisa y junto con ella mis créditos. Pero, como decía, querido lector, fue solo un instante, porque Damián se detuvo, me observó y despeinó mi cabello, con felicidad en sus labios y brillo en sus ojos, y supe, por primera vez, que en esta oportunidad no iba a ser reemplazada.

Así que olvidé todo aquello que había cruzado por mi mente hacía segundos y comencé a reír. Ariel igual.

- Chicos, es en serio – dije entre risas -. Además que su perfume olía a papel higiénico.
- ¿Limpio o sucio? – preguntó Ariel.
- Limpio, pero del barato que se rompe con el viento y, por ende, terminas oliendo sucio – reímos un poco más.

La siguiente hora de clase estaba a punto de comenzar, así que nos levantamos de nuestros lugares y fuimos cada uno a su respectivo salón. Como Damián tenía clase cerca mío caminamos juntos.

- ¿A qué huelo?
- Em, no lo sé muy bien – acerqué mi nariz a su pecho y cerré los ojos -. A Damián.
- Descríbelo mejor, como si tu vida dependiera de ello.
- Está bien… Tienes una leve fragancia de menta refrescante, pero es casi imperceptible por un olor más fuerte a eucalipto. Aunque lo que más sobresale es un olor a… Shampoo.
- Tú hueles a bebé con chocolate.
- Suena exquisito al gusto, quiero uno para llevar.
- ¿Asado o a la plancha? – reímos un poco.

Nos quedamos en silencio y avanzamos hacia mi aula. Cuando llegamos a la puerta nos despedimos por medio de un ademán con nuestras manos. Entré, y luego recordé que debía pasarle un libro que me había prestado, entonces salí hacia el pasillo.

- Son seis días cada treinta. Sin dolor… Me pregunto si seré digno de saberlo.

No dije absolutamente nada. Damián rascó su cabellera, metió la mano a su bolsillo y continuó caminando viendo hacia el cielo.


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