- Doctor, ¿dónde está? – preguntó una mujer de mediana edad, agitada.
- ¿A quién busca?
- Él… Él llevaba puesta una camiseta negra y unos vaqueros… Tiene un tatuaje, sí, en su brazo derecho. Es… Son como unos picos que van hacia abajo… Cabello negro…
- Sé a quién se refiere. Sígame, señora.
“Oigo muchas voces, pero por más que intento hablar, la mía no sale”.
- Sé que esto podrá ser fuerte pero… - el doctor abrió la puerta de una habitación.
- ¡No! – la mujer corrió hacia la camilla y tomó las manos del joven -. No, no, no. Él no, no mi bebé. Él no. No, no, no. Yo en vez de él.
La mujer no dejaba de llorar y de repetir la palabra No. Las lágrimas brotaban de sus ojos como si hubiesen abierto un grifo en sus ojos. Cada vez sorbía más su nariz, cada vez las sábanas de aquella cama de hospital se remojaban más en lágrimas y le hacían competencia a las manchas rojas.
- Hicimos todo lo posible, sin embargo, la hemorragia… La sangre que brotaba de sus heridas era demasiada.
- No mi bebé… - la mujer hundió su rostro en el pecho del muchacho -. No me dejes así…
- Señora, por favor, acompáñeme al pasillo. Le comentaré acerca de lo sucedido mientras cambian las sábanas por unas limpias.
La mujer se levantó, con el sufrimiento a flor de piel. Limpió un poco sus ojos, siguió al doctor y se sentó junto a él en las sillas fuera de la habitación de su hijo. El médico le explicó la situación: Aquellos jóvenes habían sido atropellados por un camión y su auto había caído por un barranco.
“Hey, Damián”
“¿Qué sucede, hermano?”
“Me siento débil, quiero dormir, pero hay una luz blanca que no me deja descansar”
“Yo estoy cansado, también. Aunque no veo esa luz que mencionas”
“Iré a otro lugar, donde no sepan mi nombre y esa luz ya no esté”
“Está bien. Yo dormiré un poco”
“Adiós. Nos vemos después”
- Tenemos que identificar el cadáver… Señora, ¿cuál era el nombre de su hijo?
- Él es… Su nombre es Ariel.
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