- ¿Por qué? – le pregunté a Damián.
- No lo sé, pero quisiera que me entendieras.
Fumó un poco del chocolate que teníamos, cerró los ojos y luego lo puso entre mis dedos.
- Siempre quise esto – intervino.
- ¿Hum? – volteé mi rostro para verlo. La luz nocturna era lo único que nos iluminaba.
- Que alguien me quisiera.
- La habitación entera huele a chocolate – dejé pasar lo que me había dicho y llevé el chocolate a mi boca.
Damián se incorporó, quedando sentando sobre las almohadas de mi habitación y con su cabello alborotado en todo su rostro. Hizo un movimiento brusco hacia atrás con su cabeza, de tal modo que su cabello quedó más organizado.
- ¿Cómo es que el chocolate nos puede poner de tantos ánimos? – me preguntó -. Hay veces que parecemos filósofos y otras solo somos simples vagabundos disfrutando de charcos.
Se levantó dificultosamente del suelo y tomó mi guitarra.
- La música siempre ha sido lo que me ha permitido hacerme entender. Escúchame, por favor.
Él se sentó a mi lado. Yo estaba acostada. Comenzó a tocar una canción de una banda que nos gustaba bastante a ambos. The 1975. Se llamaba “She lays down”.
Al acabar la canción se limpió las lágrimas con las mangas de su suéter y dejó la guitarra a un lado.
- Soy un llorón… Quiero olvidarlo todo.
- No quisiera que me olvidaras, y llorar no está mal.
Gateé hacia donde él estaba. Cuando llegué ya se había acostado en el suelo y tenía su brazo sobre sus ojos para que no le viera llorar. Coloqué el chocolate en su boca, él absorbió, luego exhaló.
Besé su frente. Damián retiró su brazo y me vio a los ojos. Besé su mejilla.
- ¡Saladita! – dije mientras saboreaba aquella lágrima. Entonces reí.
- Idiota – sonrió y me despeinó.
Coloqué la guitarra en su lugar y tomé unas cuantas cobijas. Le dije a Damián que durmiéramos, pues ya era tarde. Me atrevería a decir que se acercaba la una de la madrugada. Hace mucho tiempo no me quedaba despierta hasta tan tarde. Quemé incienso en mi habitación para que el olor a chocolate no se sintiera demasiado.
Me acosté y alcé las sábanas para darle a entender a Damián que se hiciera a mi lado. Se acercó lentamente y se acostó junto a mí.
- Hasta mañana – dije y despeiné su cabello.
“Se quedó dormida en poco tiempo… La observé bastante, parecía realmente tranquila. No sé por qué, pero sentí un impulso extraño… Le susurré al oído: Gracias”.
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