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24 de febrero de 2017

[BLANCO] Capítulo Dos

Hoy quiero dormir hasta el final del infinito.

- Pero… ¡¿QUÉ COÑO TE HICISTE EN EL CABELLO?!
- Em, se le dice “tintura”, creo que no la conocías, querido.
- Oh… Sí la conocía – Ariel tomó una silla y la acercó rápidamente hacia mí -. ¿Qué coño estás haciendo? Ya todo el mundo está hablando de ello.
- Lo sé, hasta aquí escucho los murmullos de: Los Playboys, Las Golfas, Los Darks, Los Músicos, creo que incluso Las Esquineras han hablado de mí hoy.
- Es del mismo tono que el de… – hizo una pausa – Damián.
- Lo sé.
- Te vas a meter en problemas – en ese instante entraban Damián y sus victimarios al aula.
- Yo nunca me meto en problemas, porque nadie se mete conmigo – dije con un tono más fuerte de lo normal, para que me escucharan.
- ¡JA! Miren a esta. ¿Ahora también usas Viagra?
- Al menos nosotros dos usamos Viagra, tú no tienes necesidad – me levanté de mi asiento –. No tienes nada allá abajo qué levantar.

El muchacho, cuyo nombre no sé ni me importa, me miró disgustado y se fue con su pandilla de sin penes. Oh, sí, ese sería el nombre de su grupo. Debía comentárselo a Ariel. Cuando dicha escena acabó la profesora llegó y todos tomamos nuestros lugares. Asignó una actividad en parejas, y bueno, casualmente me tocó con Damián.

- Muy bien, a decir verdad creo que esto es sencillo. Es solo elaborar frases con figuras literarias y cosas del estilo. Pan comido.
- Si… - escuché su voz. Masculina, pero suave. También pude oler su colonia. Creo que ya la había olido antes, ¿Antonio Banderas, tal vez?
- ¿Qué ocurre? ¿No se te dan muy bien?
- Algo así…
- Está bien, intentemos con la primera. Escriba dos analogías.
- Em… ¿Qué te parece esta? “La lámpara estaba ahí, como un objeto inanimado”.
- ¿Es en serio? – lo miré con el mismo rostro que ustedes hicieron cuando les dije que esta historia la narraba yo, la protagonista.
- ¿Está mal?
- Un poco, nada más – intervine sarcásticamente -. Inténtalo otra vez.
- Ok… ¿Qué tal “Ella era tan alta como un árbol de 162 centímetros”?
- Oh, dios mío – solté una carcajada tan extrema que creo que me escucharon en la escuela de al lado -. Perdón, perdón. Uf, eres gracioso, Damián – le di un golpecito en el brazo.
- Gracias… Supongo – sonrió.

Me decidí por hacer los ejercicios yo, y a medida que los realizaba le iba explicando a Damián cómo debía hacerlos.

- Y pensar que pensé en decirte “Ella tenía una risa fuerte, que venía desde el interior, genuina, justo como el sonido que hace un perro antes de vomitar” como una analogía.

Hubo un silencio incómodo y seguido de eso comencé a reír, de nuevo, pero esta vez de una manera más moderada. Me mordí el labio por no poder hacerlo más fuerte, incluso golpeé mi pupitre. Cuando ya me tranquilicé y vi a Damián me di cuenta de que estaba llorando de la risa.

- Dijiste eso solo para hacerme reír, ¿no?
- Tal vez – se encogió de hombros y seguimos prestando atención a la clase.

La profesora habló unas cuantas veces más y luego se acabó su clase. Ahora teníamos jornada de estudio, y Ariel, como raro, comenzó a chatear con Miranda justo cuando salía la maestra. Por mi parte, aún no devolvía mi puesto a su lugar, seguía al lado de mi compañero de trabajo.

- Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?
- ¿Por qué golpeaste a Roberto?
- No, pero si quieres responderla puedes hacerlo – hice un gesto de qué más da.
- No, no quiero responderla, es solo que es la pregunta del millón. Pregunta.
- ¿Qué fue lo que pasó el día del accidente de coche?
- Salí de una fiesta hecho nada, así que decidí regresar a casa manejando a ciento sesenta kilómetros por hora, tan solo para saber qué se siente volar.

Le regalé una mirada y una sonrisa, con un leve toque de lástima. No quería arruinar aquel momento que nos había propiciado esa frase, así que no dije nada. Por el contrario, escribí en la última página de mi cuaderno.

“Hay maneras más seguras de volar”
“¿Lo crees?”
“Sí”
“Por ejemplo…”
“A todos mis zapatos les dibujo alas :)”
“¿En serio? ¿A qué se debe eso?”
“Hace un tiempo leí una frase que decía: Dadme zapatos que no han sido hechos para caminar. Puedes pensar que esos zapatos han sido hechos para lo que tú quieras”
“Y decidiste que fueran para volar”
“Así es”
“No suena mal… Hazme mis alas :)”
“Únicamente tú puedes hacer tus propias alas”
“Ayúdame, será solo esta vez”
“…”
“Di que sí, di que sí, ¿siiiiii?”
“Está bien, pásame tu pecuecudo zapato”

Tomé un lápiz, el grafito siempre contrasta más con el negro de los zapatos. Seguido de eso saqué hilo de mi maletín y comencé a coser el ala. Damián se me quedó mirando, embelesado por la labor que estaba haciendo. Al principio era difícil, pero, la práctica hace al maestro. Hice cuatro alas en grafito, dos a cada costado de sus zapatos, como los míos.

- Solo dos, una en cada zapato, eran suficientes.
- Cuatro te darán más equilibrio.
- Una pregunta.
- Una. – levanté mi dedo índice.
- ¿Tan alto como suba, tan bajo caeré?
- Procuraré atraparte en la caída – sonreí.

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